20 de mayo de 2015

Entre el trabajo y el sueño.

Está intermitente la señal. Solamente puedo ver barras, grises y rojas, y bolitas que caen como granizo salado. Hacen hoyos. Como en los nopales cuando llueve. Así de raro es.
Como un sueño.

Estuve intentando comprender las situaciones, pero creo que carecen totalmente de sentido. Analicé los personajes, los argumentos y las posibilidades. Terminé tumbada en la cama, con jaqueca y deseos de irme volando a Sudamérica. Si lo pienso bien, yo siempre quiero salir volando, a cualquier lugar. Al fin del mundo quizás. En cualquier otro sitio debe ser más sencillo entender. Que lástima que cuando llego ahí, ese lugar deja de ser lejano y ajeno, entonces deseo irme de nuevo.

La del problema he de ser yo. Mi desorbitada exigencia y mi deseo de tener 352 libros han logrado matar hasta mis cactus. Me doy cuenta. Aunque entre ellos susurren, los escucho hablar por las noches.

Y es que la naturaleza, para bien o para mal, me otorgó una memoria espléndida, que olvida lo importante y recuerda aquello que me impide la libertad. Es como tener falta de memoria de alta relevancia. Se me olvida que tomé la decisión de la liviandad. Se me olvida que me pedí dejar de preguntar por qués. Se me olvida que no soy buena para hablar con delicadeza. Se me olvida que me importa tu opinión y se me olvida que en cualquier momento puedo morir. Hasta se me olvida apagar la estufa por las mañanas y debo regresar desde el trabajo para verificar. Un día de estos el señor de la renta me va a cobrar el departamento como nuevo. Porquería. 

Pero lo que no olvido es que me gusta que me toquen los pies. La luz encendida y el olor a frutas. No se me olvida que me gusta recordar cosas estúpidas, pero lindas que me hacen sentir como una niña de 5 años otra vez. No se me olvida el dolor de un lápiz clavándose en mi brazo, ni el brillo de su mirada el último día que lo vi. No olvido los domingos. No olvido las cosas que me tienen aquí. Donde no tengo ganas de estar.

Y sigue intermitente, palpitante la idea. Ese deseo de hacer, pero esa memoria estúpida que me detiene. Porque ya sé lo que va a pasar. Porque no le tengo miedo al fracaso, es más bien que no puedo olvidar el amargo sabor de boca que te deja. ¿No lo he intentado? Claro que sí. ¿Qué no quiero hacerlo de nuevo? Claro que sí. Hasta el fin de los tiempos. Pero no sé cuando comenzaré. 

La negación y la necedad me tienen bien enganchada. Lo bueno es que ya compré un perfume de frutas tropicales y un baño de burbujas para pies. Con eso ¿quién necesita prozac?


Foto: Pansho. Playa cometa, Oaxaca, 2014