6 de enero de 2014

Inmutable.

Es la misma cama. Donde nos pasaron los años, las risas infantiles se volvieron gemidos y los llantos mojaron más que las sábanas. Es la misma, ni su color ha cambiado, mucho menos el mío.

Sigue igual, aunque no estés tú en ella y yo vague sola por los resortes de ese colchón, que guardará nuestros aromas, mucho más allá de otros cuerpos, de otras vidas y tiempos.
Es igual.

Esperé que cambiara, que diera el primer paso para entonces imitarla, camuflarme entre los restos, las reliquias de ese sitio que fue de todo menos sagrado. Pero nada pasó.

Inventé artefactos, cuentos y magias para desprender mi piel de las fibras. Sólo veo más flores y fuegos que no queman, nada nos transforma.

Ahí sigue, intacta. No puedo más que recostarme, cerrar los ojos y esperar, cada día. Aunque tenga la certeza de que al despertar nada será distinto.
El rojo estará ahí, tus permisos y verdades, tú, jamás.


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Tal vez sea la hora, los años o el agudo recuerdo de la eternidad. Espero no enterarme.



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